Y era ella...





El amor llamó a tu puerta, y en lugar de abrirla de par en par la cerraste a cal y canto, y claro... 

La conociste como "se supone" que no se conoce a la mujeres que dejan huella. Como si la huella la marcara el cómo y no el quién. 

No lo planeaste y sin embargo, lo anhelabas. Y al desenvolver el regalo, te llevaste una sorpresa. 

Todo debía ser tal y como lo habías planeado en tu mente, en esa cuadriculada cabecita que apenas dejaba espacio a fluir con lo que la vida te había puesto delante, con esa "causalidad" elegante que en lugar de tacones de aguja y rímel, te mostraba su rostro sin maquillaje y unos ojos que se volvían tristes al ser conscientes de tu realidad. 

Sentías el relámpago del amor atravesarte el pecho cada vez que se acortaban las distancias. Pensabas en ella con las piernas desnudas al calor de la manta cuando conectabas el modo siesta. Y antes de dormir, antes de cerrar los ojos, con la confianza que dan más horas de Whatsapp que cenas, tecleabas en su ventana un "te echo de menos" que pintaba una sonrisa en sus ojos y sonaba a poesía a unas cuantas decenas de kilómetros. 

Ella estaba hecha de otra pasta, con otro molde. Tú te empeñabas en recortar las esquinas sobrantes como si te negaras a aceptar que hay personas que te expanden. 

Ella vivía en el sur mientras tú buscabas tu propio norte. 

Tú visitabas por igual las ciudades que los pueblos y ella no podía vivir si la hacían elegir. 

Ya ves, la vida es así. 

Y en tanto ella disfrutaba de los sabores sencillos, tú te empeñabas en cubrirlo todo con especias. 

Te pasabas las horas elaborando interminables listas de todo eso que tienes tan claro para que ella, serena, al otro lado, esperara impertérrita tu retahíla para darte con una simple palabra en la boca. C'est la vie.

Ella no era tal y como la habías imaginado, o quizás, sí. Simplemente un día se acurrucó a tu lado buscando ese fetiche dorado mientras se colgaba de ti. 

Nunca te pidió nada, nunca esperó nada, simplemente era así. 

Revueltos entre las sábanas, trataste de dibujar en su espalda el mismo tatuaje en más de una ocasión. Quisiste mantener la pasión a raya, aprisionarla en un hastío y ahogarla. Pero ella quería más, así que dio un salto de la cama, te agarró del brazo y antes de besar tus labios te apuñaló diciendo: "La ilusión si es compartida se vuelve arrebato que cambia vidas". 

No te enamoraste de ella entonces. Tampoco la primera vez que la viste. No lo hiciste la quinta vez que os acostasteis, ni siquiera cuando clavaste en sus ojos aquel dardo envenenado. No lo sentiste a la salida del restaurante, nunca cenasteis juntos. Nunca dijiste "es esto". Y nunca sabrás si fue al descubrir la desnudez de su alma limpia aquel día o una de aquellas tardes mientras te vestías a toda prisa para salir corriendo porque te negabas a enfrentar tus miedos.

Ella era de esas mujeres que te encuentras una vez en la vida. De las que dejan huella sin cumplir estereotipos. De esas que leen a solas en un banco y que salen a la calle con una sonrisa sin necesidad de esconderse tras la pantalla de un teléfono o del antiojeras. 

Ella tenía los miedos justos que la hacían valiente y era capaz de levantarse con las rodillas peladas y las heridas en llamas para volver a luchar. 

No era triste, pero lo estaba y a pesar de ello te alegraba las horas como ya no recordabas. Era esa sonrisa perenne sin razón para hacerla caduca. No creía en los "parasiempre", aunque los deseara, y detestaba los principios cuando ya conocía su final. 

Era verano y otoño, primavera e invierno y una lista de canciones que conformaban la banda sonora de la vida que compartía contigo una vez a la semana. 

Era imposible pasar por ella y no querer quedarse.

Era de esas mujeres, que una vez encuentras, ya no puedes soltar. 

No era más guapa que cualquiera. Ni más bonita que ninguna. Nadie percibía cuándo entraba y tampoco se daban cuenta de que estaba allí. Sin embargo, sí era esa mujer que dejaba notar su ausencia y en cuanto abandonaba un sitio, todo el mundo siente y sabe que se ha ido, como te pasó a ti.

Y eso fue lo que aprendiste mientras sus ojos se iban tornando cada vez más tristes. 

No sabes identificar el cuándo exacto, pero un día se te subieron las ganas y empezaste a contar los días para pederlos juntos. Empezarte a mirarla y verla, y empezó a hacerte feliz la risa que provocabas en ella y que premiaba alrededor de tu cintura sin estarse quieta. Un día escogiste velar su sueño, te decantaste por dormir juntos en lugar de deshacer la cama y calentar tus pies con los restos de una pena que al rozarse con los suyos se marchó. 

Pero ese día, justo ese día, ella ya se había ido descalza y como una planta, que si no se riega no crece, natural y sanamente, no creció. 

No te diste cuenta hasta que se fue, hasta que se marchó. 

No fuiste capaz de ver en sus ojos la acuarela que pedía a gritos aquella conversación.

No tuviste la destreza de poner en juego la apuesta, de arriesgar...

Y ahora...

Ahora sabes que era ella, te empeñas en llamar a su puerta, pero ella ya no está. 

Ahora solo te quedan las canciones. 

Canciones en las que la recuerdas mientras esperas una melodía en bucle buscando una cara nueva.

Ahora, que sabes que era ella, se te sube a la cabeza, le das la vuelta al reloj de arena y sientes que "jamás" y "nunca" son palabras que llegaron a tu vida y que no la olvidarás.


*Copyright Entre versos y relatos, Dácil Rodríguez.


Comentarios

Entradas populares