Ya queda menos, mamá





Aún tengo las palabras dormidas cuando, en un minuto, sé que lo ha perdido todo...
Ella no es consciente, no sabe lo que pasa. Alguien le ha explicado que mamá la quiere, aunque que ya no está...

Ahora entiende que hay vidas que no vuelven, que no siempre se está al lado de quien se quiere, pero no lo sabe explicar. Con una mirada llena de verdad, escucha los susurros de los mayores, las ventanas que se cierran para atrapar las discusiones, los silencios que la adivinan detrás de una puerta. Todos deciden por ella.

Ahora debe poner otro nombre a sus emociones, y a sus tíos. Pelea desde el silencio mientras busca un amor incondicional que le dé seguridad para estrenar esa nueva vida. Recoge sus cosas casi al alba para encontrarlo y se deja caer cuando adivina las manos que ya la sostienen, cuando el miedo se va...

Coloca con mimo el ejército de muñecas que construyen su propio fuerte y la confianza en las preguntas que buscan respuesta en ese nuevo hogar.

Me contengo las lágrimas como si me fuera la vida en ello porque es un pérdida que hace que "irreversible" y "definitivo" adquieran otra dimensión. La traición de seguir adelante carga con una pesada culpa que implica el duelo de ser adulto y ella, siendo tan niña, lo es.

Hay un momento, en todo luto, en el que debemos permitirnos dejar de sufrir. Parece lógico tratar de desprenderse del dolor, sea el que sea, pero no siempre la mente escoge ser práctica. Parece que si dejamos de sufrir, olvidamos, que se desharán los recuerdos como si el dolor fuese lo único que mantiene el amor que hubo, el que aún hay. Y desenredar ese nudo es hacer de la nueva vida casi una traición.

Las dos tenemos el pelo rubio. Lloramos cuando nos sentimos a salvo en casa o cuando no podemos evitarlo, es casi lo mismo. Las dos, decidimos no aplazar el duelo para cuando esté menos oscuro y desde el mismo rinconcito del alma donde lloramos para aprender a llorar, me mira y sonrío: "Ya queda menos, mamá...".


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