Relato: "A los pies de mi cama"
Había llegado el
momento, lo sabía. Podía notar como las fragmentadas partes de mi alma se unían
como trozos imantados buscando la paz. Conforme se anexaban, mi vida adquiría otras dimensiones, al igual que las piezas
de un rompecabezas sin caja del que desconoces cuál es el dibujo final.
Un campo de
energía electrónica alterada, más propio de Urano que del ser humano, se
desplegó por toda la estancia, otorgándome la potestad de escoger una vez más.
No obstante, no había mente que acallar, los efectos de las drogas me eran
conocidos y rendirme ante la locura ya era una realidad.
Recordé a
Beatriz, su imagen voló junto a mi cama. La vi etérea, sonriente, con una
aureola similar a la de los santos, cubierta por un manto de serenidad. Sus
ojos me llevaron de la mano hasta un miércoles de marzo en el que la lluvia se
tornó en esferas de hielo y la alquimia de mi jardín se evaporó. Aquel
miércoles de marzo, junto al granizo, me rendí. Ya no sentía la vida y en mis
venas corrían ríos de tinta negra como el carbón. Ahora lo entiendo; dejé de
ser yo.
Beatriz me enseñó
los astros, me dibujó el cielo y me mostró la magia del perdón. Yo únicamente atiné
a befarme de su amor a los arquetipos, a la mitología y a reírme de aquel
Marte en conjunción con la Luna en Cáncer que simbolizaba, según ella, mi
perdición.
"La lucha",
repetía, "la lucha es miedo, falta de fe, de amor". Si hubiese comprendido que
con quién luchaba era conmigo, si hubiera atisbado que me había convertido en
el arcano de El Colgado y mi existencia se reducía al sufrimiento, si hubiese
enfocado mi energía hacia algo aparte de destruir, quizás, el dolor habría
encontrado un pequeño agujero por el que huir. Sin embargo, en esta cama
tendido, sin fuerzas, sin ánimo, ya no hay lugar disponible en mi cuerpo donde
clavar la culpa. Lo único que me queda es la responsabilidad. Una
responsabilidad a destiempo deseosa de cambiar su letargo por diez mil
amaneceres. Una responsabilidad tardía digna de la sabiduría que da la
transformación plutoniana y que desea implorar a Neptuno otro mar de nubes
donde pescar.
Quise volver
atrás, mas no había pasado al que volver, presente donde estar ni futuro que
anhelar. Todo se había fundido en uno. Lo sabía; había llegado el final.
Volví los ojos
hacia la ventana que yo mismo cerré. Realmente llegó a incordiarme la luz del
sol. ¡Qué prueba más clara de insensatez! Ya no podía, por más empeño que
pusiera, ver el mundo. Sólo podía imaginarlo, pensarlo, pero no disfrutarlo. La
habitación se había convertido en el muro de mis lamentaciones, donde mi
espíritu atormentado buscaba un rayo de sol que lo iluminara a través de una
ventana tapiada con sus propias manos. Causa y efecto, karma, ley de
atracción... En el fondo sabía cómo llamarlo, pero al estar en guerra conmigo,
también lo estaba con Dios.
Beatriz... ¡Qué
mujer! Ojalá la hubiese escuchado en lugar de oírla. Ojalá me hubiera doblegado
ante su Venus siendo capaz de dejar mi espada a un lado. ¡Cuántos ojalas!
Me negué a creer
en cuentos de hadas, en filosofía barata que sabía a libertad, la vida no debía
ser tan fácil como para poderla soñar. Hoy sé que en mi camino de sentido
único, tomé la dirección que me dio la gana llegando a la misma conclusión,
pero con pesar, tormento y aflicción. Postrado en esta cama, en el claro final
de mis días, me doy cuenta de que no hay bien ni mal, víctimas o verdugos,
errores o aciertos. Hoy sé que se elige, que lo que parecían falsas quimeras
engañosas, no lo eran. Que no se persigue ni se busca, se crea.
A los pies de mi
cama una sombra negra encapuchada que sostiene en su mano una guadaña, me confirma
que perdí otra oportunidad.
Copyright © 2014 Dácil Rodríguez - Todos los derechos
*Este relato forma parte del volumen "Entre Versos y Relatos", de Dácil Rodríguez, inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.
*Este relato forma parte del volumen "Entre Versos y Relatos", de Dácil Rodríguez, inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.
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