Cerrando octubre: Una realidad mejor.
A punto de finalizar el mes de octubre, el horario de verano en España, -¿o no? Nunca me entero de los cambios de hora-, y el sol a escasos grados del signo de Escorpio, me toca hacer balance. Y voy a cerrar el mes de octubre antes de tiempo, porque me da la gana y le cedo los seis días restantes al rey del inframundo para bailar con el diablo y sentir como se consumen en sus llamas.
Le concedo esa ofrenda al dios de las bestias, y asesino, como acostumbra su plutoniano instinto, seis otoñales días para que los vista a su antojo, los llene de oscuros deseos, de placer, de exquisito dolor, de muerte, de profundidad, de obsesión, de celos, de chantaje, de misterio y agonía, y a cambio le pido la alquimia que concede, el renacer, la transformación, la regeneración, el tesoro oculto del Hades; el resurgir de las cenizas, la elevación del ave Fénix.
Al rey de las sombras, mi luz. Tal vez con un anhelo de redención neptuniana que pinte en el vasto océano de sus aguas al oculto enemigo que acecha en su inmensidad.
Al rey de la oscuridad, un destello. Tal vez con la ciega esperanza que clarea de verde las tierras áridas y la ristra de cadáveres tras la explosión nuclear.
Al rey del inframundo, mi mundo. Tal vez porque como es arriba es abajo, y como es adentro es afuera para que sus valores cobren la fuerza de un titán.
Al rey de la muerte, la vida. Tal vez porque la una sin la otra no tengan cabida y no hay dolor más exquisito ni muerte más bella que la que acompaña a un orgasmo y al propio renacer.
A ti, agridulce Escorpio, de aguas turbulentas, opacas, sucias y fétidas. A ti, que contienes el veneno y el antídoto de la propia enfermedad. A ti, que cual detective investigas con tu olfato el aroma más cruento. A ti, te lego la responsabilidad.
Aquí me quedo, estrenando un vestido violeta y zapatitos de charol azul eléctrico para bailar con el diablo y aprender nuevos pasos que retumben en la estancia tentando al eco, rodeada de mil fantasmas que, por mucho que se empeñen, ya no dan miedo.
Aquí me quedo, frente al espejo, dispuesta a soportar el duro trance de carearme con la verdad a fin de liberarme de las pesadas cadenas, gustosa de obtener la libertad que aguarda tras la zona de confort, con el firme convencimiento de que, derribados los muros de mi propio ego, de mi propia sombra, existe una realidad mejor.
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