Traicionar-se
Artículo de Dácil Rodríguez para Diario de Avisos.
Traicionarse implica quebrantar el único contrato válido: el que tenemos para y con nosotros.
Traicionar-se
Hoy en día se habla constantemente de fidelidad,
de infidelidad... Historias llenas de traiciones, sexo, mentiras y tal vez un
poco de rock and roll. Sin embargo, a nadie parece importarle la fidelidad que
se debe, sobre todo, a sí mismo. Y,
precisamente, eso, es lo que nos quedará siempre, lo que tenemos, lo que nos
debemos, lo único que tendría que ser inalterable, lo primero.
La vida está llena de traiciones, de
sentimientos traicioneros... Las personas juegan con la fidelidad, la
confianza, el amor y el respeto provocando un sinfín de consecuencias y daños
colaterales cubiertos de dolor y lágrimas. No obstante, esto nunca será
comparable a la traición que supone no guardarnos la fidelidad, el respeto y el
amor que merecemos. ¿O acaso prima el tú frente al yo? ¿Es posible dar algo de
lo que carecemos intrínsecamente? ¿Podemos ser fieles y honestos si nos
desobedecemos en pro de otro? ¿Si no existe esa charla sincera que tanto nos
debemos?
“Cuando
existe un diálogo verdadero, ser avanza hasta alcanzar el equilibrio, la
tranquilidad aumenta, se refuerzan los lazos, crece el amor y se acortan las
distancias con uno mismo. Lo que supone tener la conciencia tranquila, el alma
limpia y el corazón abierto” De la novela ¿Dónde está el hombre de mi vida?
Alcanzar el equilibrio, a través de la verdad, nos
permite dormir tranquilos cada noche e incluso soñar. Disfrutar el famoso “aquí
y ahora”; amarnos y amar.
Es evidente que la única persona que siempre va a estar a nuestro lado
somos nosotros. Y aunque suene narcisista, egocéntrico o perturbador, nadie
podrá hacerte tan feliz como tú mismo y por ende, tan desgraciado, desdichado o
triste.
A lo largo de nuestra vida experimentaremos las múltiples caras de la
traición. La viviremos entre amigos, en pareja, con los compañeros de trabajo,
con la familia… Actuaremos de diferente forma. Intercambiaremos los roles y seremos
traicionados, traicioneros u objetos de traición. Las situaciones se darán la
vuelta y pasaremos de víctimas a verdugos, o viceversa. Pero aún así, jamás ni
una sola de estas experiencias alcanzará a competir con la mayor de las
traiciones: la que sólo nosotros podemos infringirnos. Pero, ¿cuándo lo
hacemos?
Traicionarse a uno mismo, engañarse... Disfrazar cuanto sentimos. Convencernos de algo
cuando en nuestro interior, en los más profundo, sabemos que no es así.
Traicionarse a uno mismo, reprimirse… Ahogar
nuestras emociones a fin de no perder el control.
Traicionarse a uno mismo, abandonarse,
olvidarse, anularse... Atarse a
situaciones o personas hasta bloquear nuestra capacidad de ser.
Traicionarse a uno mismo, apegarse. Condenarnos
a una existencia amarga, pesada y fría. Al materialismo, a identificarnos con
cuanto tenemos. A anclarnos en la seguridad de lo conocido. A rechazar
cualquier cambio, a ir en contra de la propia naturaleza que nos obliga a
reciclarnos.
Traicionarse a uno mismo, dividirse. Perder la propia
esencia, la voluntad, deshacerse en tantas partes que la reconstrucción sea extremadamente
difícil.
Traicionarse a uno mismo, olvidar la historia, lo
vivido, lo perdido, lo aprendido y lo ganado.
Traicionarse a uno mismo, bailar a un son
distinto, seguir un ritmo que no marcas, moverte al compás de una melodía que
no escuchas, tocar una música que no es tuya.
Traicionarse a uno mismo, desequilibrio... Contradicción constante entre pensamientos, sentimientos,
palabras y acciones.
Traicionarse a uno mismo, perderse... No reconocer tu
reflejo en el espejo.
Traicionarse a uno mismo, dar explicaciones, justificarnos. Ceder en
exceso, buscar un culpable, un arquetipo.
Traicionarse a uno mismo, no saber perdonarse.
Maltratarnos una y otra vez sin sentido, no pasar página, asimilar, asumir,
responsabilizarse, aprender y seguir.
Traicionarse a uno mismo, pintar el mundo en
blanco y negro. Renunciar a la magia, al color, al sabor…
Traicionarse a uno mismo, dejar de ser uno
mismo.
Traicionarse implica quebrantar el único
contrato válido: el que tenemos para y con nosotros. Ese que nos dicta el alma,
el que nos impulsa a crecer, a mejorar e incluso a transitar sendas
aparentemente imposibles. Ese empuje que sentimos y que nos obliga a arriesgar,
a superarnos, a enfrentar los miedos, a ser valientes y a convertir nuestros
sueños en realidad. ¡Y a la mierda todo lo demás incluso el qué dirán!
Dácil Rodríguez
Escritora natural de Santa Cruz de Tenerife
y autora de la novela ¿Dónde está el hombre de mi vida?
www.dacilrodriguez.com
dacilrguez.blogspot.com.es
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