Cuestión de matemáticas
La ciencia es exacta, las matemáticas no
fallan, aunque siempre exista una excepción que confirme la regla. Sabemos
sumar, restar, multiplicar y dividir, pero a veces nos empeñamos en que uno más
uno no sea igual a dos o como canta Jeremías “uno y uno es igual a tres, si dos
ya no se llevan bien, siempre habrá un tercero para complacer. Y al son que le
toquen el corazón bailará sin calcular cuanto llanto amargo va dejando atrás”.
Y así son de exactas las matemáticas y las excepciones que confirman la regla.
Pero ¿cuándo se trata de una excepción y cuando de una regla? ¡Ah, he ahí el
quid de la cuestión!
No sé la cantidad de veces que he oído la
misma historia: chica conoce chico, chico toca serenata de la tuna y recita
frases de Pablo Coelho y Benedetti para chica, chica cae rendida ante sus pies,
chico desaparece y chica busca ser la excepción que confirme la regla cuando es
la regla en estado puro.
Mis disculpas de antemano y “antepie” por
generalizar, pero es que esto es así desde el inicio de los tiempos. Ya
nuestros ancestros ilustraban sus cuevas con historias de caza para asegurarse de que la información llegara a futuras generaciones.
Aparcamos la ciencia para aplicar
“incons-ciencia” y es aquí donde el “asunto” cobra dimensiones apocalípticas
que consiguen introducir a quien sea en una espiral de perdida de sueños,
tiempo, energía e ilusiones. Una decisión voluntaria basada en mentirse a uno
mismo y que supone pagar una factura que ni tu corazón, ni tus amigas, ni varios
capítulos de gin-tonics y domingos de resaca lograran mitigar.
Y es que en esto, las mujeres, comenzamos,
a muy temprana edad, un arduo entrenamiento en el que nuestro entorno, en un
ingenuo intento de que no sufras a corto plazo para que te pegues un buen batacazo
a largo plazo, te va lanzando “salvaslips” que te colocas a modo de tiritas
mientras con la otra mano te montas una realidad paralela que haga juego con lo
que te conviene. Es decir, se maquilla la verdad para no hacer daño a la
persona enajenada mientras se reza para que recupere la cordura en ese lapso de
tiempo.
Hace semanas e incluso puede que meses
que no te llama, pero entiendes que está pasando por un momento complicado,
decisivo, un punto de inflexión en el que nada volverá a ser igual: acaba de
salir de una relación, tiene muchísimo trabajo, su padre no está bien de salud,
la rinitis primaveral le afecta “de aquella manera”, le perturba el cambio
climático, hay partido de la Champions, liguilla con los colegas, se casa su
primo que es como un hermano y del que jamás has oído hablar, al fin se va a
poner con su misteriosa tesis, ha encontrado piso y se muda de casa de su ex o
todo junto: “uncúmulodeproblemaslaboralesfamiliareslehanprovocadounarinitisagudaquetienequeverconelcambioclimáticoyquelehanimpedidoverlaChampionsjugarlaliguillaconloscolegasponerseconlatesisnisiquierairalabodadesuprimohermanopornohablardelamudanza”.
Y claro, como tú eres muy empática y
tienes la autoestima tan bajita que ni siquiera la encuentras, lo entiendes
todo perfectamente y sabes que no le ha venido bien y ha estado liado con otras
cosas que, desde luego, no son tan importantes como tú, pero que al tratarse de
“causas de fuerza mayor” le han impedido al pobre el ejercicio de su propia
voluntad que insistentemente deseaba con todas sus fuerzas llamarte y verte.
Así que pones tu vida en “stand by” y dejas que el mundo siga girando mientras
conviertes el móvil en una extensión de ti misma, haces lo posible porque la
línea esté libre por si te llama justo en ese momento, no vaya a ser que te
vaya a encontrar ocupada teniendo vida, por lo que ingenias un modo de poner el teléfono al
lado de la ducha no vaya a ser que… Todo esto, amenizado por los
consejos y ayuda a modo de banda sonora de alguna amiga, que tratando de que no sufras, te dice que es
mejor tarde que nunca -porque contra el “nunca” no hay quien pueda- y acabas creyendo que ha perdido tu teléfono, el suyo, tu
email, el suyo, que le han hackeado la cuenta de Facebook, la del Twitter, la
del Tuenti, que le han robado su identidad virtual e incluso esa agenda que ya
no saca de casa en la que guarda tu dirección postal de cuando erais eso que te
empeñas en perpetuar a toda costa con tu poca fe en la ciencia, la lógica y el
sentido común guiándote por percepciones extrasensoriales que te indican que
será el padre de tus hijos. ¿Perdón?
A ver, si a un hombre le interesa una
mujer, la llama, queda con ella, etc. En definitiva, actúa. ¿Por qué contribuir
a que una persona se engañe a sí misma justificando comportamientos ajenos con
complejos de Edipo y terrores de Stephen King para no sentir que su feminidad
está en tela de juicio porque su autoestima ha caído en un coma profundo?
Me confieso romántica hasta la médula y
hasta el epitelio, pero no por ello abandono mi preciado sentido común para
zambullirme de lleno en un drama que acabará por convertirse en una historia de
ciencia ficción en chino mandarín con subtítulos en alemán en la que la frase
“no entiendo nada” se repite sin cesar.
Un silogismo debe tomarse en su extensión
universal, una regla siempre es generalizada y sólo una rara excepción la
confirma. La ciencia no se equivoca, la “incons-ciencia”, sí. Y eres tú la que
no está muy fina con eso de mezclar a Pablo Coelho y a Benedetti en esa relación
de usar y tirar. Por lo que, hasta que la lógica no te demuestre lo contrario,
siéntete una regla: la regla común del sentido común, porque lo que ha pasado
es de lo más común. Ya llegará el misterio de la ciencia exacta a nombrarte
excepción. Porque si alguien no está dispuesto ni siquiera a mentir para
convencerte de que contará la arena de una playa por ti… Simplemente, no eres tan especial para él como él lo es para ti.
Por favor, no pierdas el tiempo y sal de ese absurdo
sinsentido buscando explicaciones a algo tan simple como que ese alguien a
quien creíste especial resultó no serlo tanto y pasó a convertirse en uno más
del montón que no querías que fuese uno más del montón, pero que en realidad lo era. Y
ese, querida amiga, es tu problema, y no el suyo: no hagas especial para ti
a alguien que no lo es realmente, porque para que 1 y 1 sea igual al maestro y mágico 11, no basta con que uno quiera.
*Artículo publicado en Trazos de luz.
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