Carta de amor: “Eras tú; Alfred” (Basada en la relación de George Sand y Alfred de Musset)



Carta de amor basada en la relación mantenida entre George Sand (Amandine Aurore Lucile Dupin) y Alfred de Musset, en 1833, tras la muerte de éste en 1857.

“Eras tú; Alfred”

Aurora… Pronunciabas mi nombre como si de un elixir se tratara. Aún sopla mudo entre las hojas de los árboles de un invierno cada vez más frío sin ti.
Aurora… Golpea en mis oídos tu voz. Se extrañan las palabras al no encontrarte, pues aún siento que vives, y que yo vivo para morir.

Eras más joven que yo, existía una evidente diferencia de edad que, sin embargo, nunca nos separó. Vimos como se oponía el mundo, como ante nosotros se imponían los valores de una sociedad sin valor. Fuimos jóvenes… inconscientes y en algún momento conscientes de tanta mediocridad. Vimos a los ricos hacerse más ricos y a los pobres, aún más pobres. Comprendimos la polaridad. Llenamos nuestras copas con vino y reímos a carcajadas… para luego; llorar.
Nos amamos y nos odiamos… Y ya no bastó el vino, ni las copas llenas, ni la jovialidad…

Recuerdo aquel domingo en París… Tu arrogancia se vistió por vez primera ante mis ojos mientras bailabas tu sombrero de copa entre los ágiles dedos. Quisiste robarme un beso… y siempre hiciste cuanto quisiste.
Le regalaste a mi atuendo la ornamenta necesaria, cuando me habían escupido a la cara ser menos que una mujer. Siempre fieles y acertadas tus palabras: "Escribir es dicha y la dicha está en escribir".

Nunca hubo público ni actor para tus obras. Nunca fue suficiente… Nunca, una palabra que ahora suena extraña en mi pluma. Una palabra que nos repetimos mil veces y que hoy es realidad. Una realidad que nunca imaginamos y una imaginación que nunca se hizo realidad.

A tus inseguridades les regalé indiferencia. Al igual que a tus celos y chantaje. A tus fiestas y burdeles, a tus historias inconfesables. Tu miedo nunca fue mi miedo. Quisiste obligarme, coartarme. Pero no he conocido amor más intenso ni pasional que a tu lado, Alfred.

Ojalá hubiéramos sido capaces de entender mucho antes que el amor es comprensión. Ojalá… aquellas noches en Venecia las hubiéramos vivido de otro modo. Ojalá… jamás hubiera cesado nuestra correspondencia y a mis últimas cartas existieran tus respuestas.

¡Oh Alfred! Mi querido Alfred. Sólo Dios sabe ¡cuánto amor…! Sólo él conoce nuestra verdad. Porque aunque trate de explicarla al mundo, nadie podrá entenderla. Porque si no se vive, no se siente… Y quien no siente, no entiende. Hoy sé que eras tú.


*Imagen extraída de la película Confesiones íntimas de una mujer.
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